jueves, 12 de febrero de 2009








Los años pasaron y así muchas lunas, noches de estrellas sonrientes y polvos cósmicos acompañaron a las serenatas de grillos. Sonidos de hojitas distraídas que yacían sobre el pasto húmedo y los pasitos de las hormiguitas cadenciosas y veloces. De a poco, fueron quedando en el olvido las noches de manos juntas y ojos cerrados, quizá algo tuvo que ver la repentina ausencia del café con leche calientito de la Abuela.

Una historia en alguna revista vieja, de ésas que ya desprenden un aroma bastante particular, pero tibio para el alma, le hizo recordar. Y miró a la Luna, y no era ella, y no era el Padre, pero sí la ilusión de la noche que acoge y abraza, abraza fuerte, trae de vuelta los aromas de leche calientita, las sonrisas, las ganas tan fuertes de esas reuniones de risas y anécdotas de familia, para luego las manos juntas y los ojos cerrados al pie de la cama...

Hoy la Luna sigue esperando que se pose sobre ella para enviar el beso en la frente, pero al lado de la Luna se mira una estrella que brilla muy fuerte, y parece que guarda a la Luna, la cuida y le sonríe con ese fulgor tan vivaracho que parecen sonrisas dibujadas por unos labios añejos y amorosos. Los mismos que dieron el primer beso en la frente a una Centella que quiere ser Luna y aguarda a llegar algún día luego de suspiros plenos junto a La Estrella que le guarda a lo lejos.

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